lunes, 23 de noviembre de 2009

Mi escritor favorito: Saramago


El factor dios

Por: José Saramago
En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola.
Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.
Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta.
El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado.
Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana.
Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir.
Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella.
No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina.
Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.


jueves, 12 de noviembre de 2009


Cuando cayó el Muro de Berlín otros lo remplazaron


Marcos Roitman Rosenmann

El mundo se encontraba dividido entre países comunistas y mundo libre. La guerra era total y se mostraba en todas las dimensiones de la vida cotidiana. Desde el lenguaje propagandístico hasta lo sutil de las películas de espías o los inocentes cómics donde los buenos y los malos siempre eran los mismos. En Occidente no existía mayor vergüenza que el Muro de Berlín y así fue adjetivado. Tras el llamado telón de acero se encontraban las tinieblas, el frío, el hambre, la falta de libertad y un sistema perverso e inhumano.

Todo estaba permitido dentro de la estrategia por derribarlo. Eran tiempos donde la derecha conservadora, en Estados Unidos, tomaba el mando y Ronald Reagan variaba la política de su antecesor James Carter. Ya no habría contemplaciones con los soviéticos y sus aliados. El comunismo debía retroceder, cualquier maniobra se justificaría en pro de este objetivo. Sus aliados perdían autonomía dentro de un nuevo escenario mundial. Se trataba de pasar de la distensión a la disuasión. Una nueva política de seguridad hemisférica emergía en el Pentágono y la Casa Blanca. Se apoyaba a los talibanes en Afganistán y no había reparo en manifestar su total compromiso con las dictaduras del cono sur.

Asimismo se emprendía por primera vez una acción política institucional destinada a revertir procesos. Pasaban a mejor vida las acciones encubiertas para derrocar gobiernos democráticos. Ahora serían la Cámara de Representantes y el Senado estadunidenses quienes otorgarían fondos públicos para dichas maniobras. La intervención en la isla de Granada fue el primer aviso. Más adelante se armó y financió a la contra nicaragüense para desestabilizar al gobierno sandinista. Y las fuerzas armadas de El Salvador y Guatemala disfrutaron de similares fondos para luchar contra los ejércitos de liberación nacional. Honduras se constituyó en el portaviones de la región y Panamá acabaría siendo invadida bajo estos parámetros, subvencionando a sus cipayos. Costa Rica, país sin fuerzas armadas, recibiría decenas de millones para compras de helicópteros, armamento ligero y semipesado. Su incremento relativo en gasto militar fue el más elevado de la región llegando a su pico durante el gobierno de Óscar Arias. Estas políticas se reflejan en los documentos de Santa Fe I y II y el Informe Kissinger para Centroamérica.

Poco espacio había para la acción de los países no alineados. Su actividad era cuasi testimonial, aunque expresaba una posición firme demandando la no intervención, el derecho de soberanía y el cese de la carrera armamentista. Igualmente, sus programas eran parte de un proyecto democrático ligado a la lucha antimperialista.

Pero poco se podía hacer. Las grandes potencias y los bloques militares se contraponían bajo un peligroso escenario nuclear. La OTAN y el estado mayor del Pacto de Varsovia no ahorraban esfuerzos ni medios para neutralizar al enemigo. En este contexto el Pentágono diseñará la estrategia de misiles conocida como la guerra de las galaxias. La Unión Soviética, asustada por la dimensión del plan, decidió echar toda la carne en el asador. Así, destinó más fondos a la industria militar, lo que supuso el principio del fin. No había manera de hacer frente a las necesidades de la economía civil. El colapso era cuestión de tiempo. Mientras tanto, la guerra de las galaxias nunca llegó a ponerse en práctica. Fue una cortina de humo que los servicios de inteligencia soviética no lograron desentrañar.

En esta lógica y como un castillo de naipes, un sistema político articulado bajo el control de los partidos comunistas se derrumbaba. Polonia y el movimiento Solidaridad encabezaron el lento declive del comunismo realmente existente. Más tarde no hubo tiempo para pensar en las alternativas socialistas y democráticas. Resurgieron los nacionalismos y el mapa europeo se recomponía.

Los países se quebraban y las guerras civiles y étnicas apoyadas por Occidente daban sus frutos. El mapa político cambiaba. Una multitud de nuevos estados emergía al amparo del reconocimiento de Francia, Alemania y el propio Estados Unidos. Así, se entremezcló la justa reivindicación por mayores espacios de participación y justicia social con la emergencia de proyectos asociados a una nueva distribución del poder internacional con hegemonía del capitalismo neoliberal. Los países occidentales apoyaron y financiaron a los disidentes y los partidos anticomunistas. Los procesos electorales fraudulentos los auparon al poder. La euforia prendió en las calles. En Rumania no hubo contemplaciones. Se ajustició, se asesinó y se encarceló desde el presidente hasta los agentes de la seguridad.

El camino fue similar en otros países. Sin olvidar que en la Unión Soviética el Partido Comunista fue declarado ilegal por quienes habían sido sus dirigentes. Pero ya nada importaba, el objetivo se había cumplido. El capitalismo salía triunfante en medio de una reconversión neoliberal. La caída del Muro de Berlín sería el emblema. Inicialmente destruido a martillazos y más tarde por el hacer de las palas mecánicas desapareció de un plumazo. Casi 30 años de historia se hacían añicos. Hoy salvo los berlineses mayores de 20 años saben por dónde pasaba. Mientras tanto, los turistas se conforman con adquirir un trozo en las tiendas de souvenirs. Su triste final, convertirse en una mercancía, no estaría seguramente presupuestado entre los objetivos de sus constructores. Asimismo, su destrucción fue más que un símbolo, el acontecimiento se dotó de un mensaje: nunca más deberían levantarse muros políticos, ni ideológicos. La humanidad había aprendido la lección.

Ahora bien, cuando muchos se sintieron libres y partícipes de un nuevo mundo sin muros, otros han ido emergiendo, esta vez dentro del propio capitalismo. Sus arquitectos son los actuales afectos a las políticas sistémicas, sean socialdemócratas, neo-oligárquicas o liberales. De esta guisa Israel levanta su muro para evitar la libre circulación de los palestinos. En España se erige otro para frenar la inmigración y mostrar el poder de Occidente. Rodeado de alambradas, vigilado por militares provistos de armas con sensores de calor, y carteles disuasorios escritos en castellano, árabe, francés e inglés, se convierte en la frontera que divide el mundo de la opulencia de aquel representado por los países pobres. Y por último, en Brasil, Lula construye una barrera para separar los barrios ricos de las favelas. Todos ellos muros de la indecencia a los cuales debemos sumar los de la ignominia. Éstos son visibles para unos pero invisibles para otros. Siempre han existido y tienen nombre; son el muro del hambre, la explotación, el colonialismo, la xenofobia y el racismo. Por tanto, celebrar la caída del Muro de Berlín es más bien un acto de hipocresía si con ello buscamos descalificar las luchas anticapitalistas y democráticas. Ni el socialismo ha sido derrotado ni el capitalismo se yergue triunfante.

martes, 3 de noviembre de 2009

BAZAR EN APOYO AL SME


La Casa del Movimiento Cuauhtémoc
y La Brigada 21 "Círculos de Estudio y Universitarios"
informan:
Que debido a algunas complicaciones ajenas a La Casa del Movimiento

Se pospone el

BAZAR EN APOYO AL SME

que estaba programado para el domingo 1 de Noviembre
La nueva fecha, ya confirmada es:

SÁBADO 7 DE NOVIEMBRE
DE 10 A 16 HRS.

EN LA CASA DEL MOVIMIENTO CUAUHTÉMOC
Dr. Navarro 5, esq. Eje Central, Col. Doctores
A una cuadra del Metro Doctores

Si gustas apoyar en esta causa y crees que puedes cooperar con algo para el Bazar,
te esperamos de lunes a viernes de 14 a 19 hr.
En la Casa del Movimiento Cuauhtémoc
La Casa también es un centro de acopio en defensa del SME.
Se necesita: arroz, frijol, aceite, papel higienico, en general todo tipo de productos de la canasta básica

Informes:
Juanjo: 044 5532590714
No dejes de visitar los siguientes blogs:
Y tod@s los blogs de los compañeros de la Resistencia, que afortunadamente ya son cientos!