miércoles, 22 de junio de 2011

Volver, volver siempre. Renacer una mañana con ánimo renovado. Que las tristezas se vayan por donde vinieron; que retorne el brío y la esperanza.

No importa que afuera siga muriendo gente; o sí importa, pero que no inmovilice, que no apague la sangre, que me deje abrir las ventanas y baje mis muros para ver mi pequeñísimo bosque doméstico de apenas dos árboles y macetones con flores que languidecen por el intenso sol y el calor sin tregua y me permita salir a jugar con mis perros y tranquilizarlos ante
el ruido de las balas.

Regresar con alma justiciera para no perder la oportunidad de gritar ante lo irracional.
¡Ah, la inteligencia, ese don tan escaso y tan escasamente valorado! Pensar es gratis, leí el otro día; razonar ya cuesta más trabajo. Cuestionar lo absurdo, rechazar lo injusto, criticar las verdades absolutas, repudiar la estupidez humana. Dejar de decir sí, para decir: ¿sí?

Testig@s de tanto dolor, tanta miseria, tristeza, decepción, mal trato, hemos quedado noquead@s, bloquead@s, incapaces de reaccionar de manera coherente. Mejor el silencio, el resguardo hasta tiempos más lúcidos. De pronto caer en la cuenta de que eso es precisamente lo que se busca: que el miedo nos atarante, paralice, calle.

Ojalá no lo logren nunca; que al menos haya una voz cuerda que fustigue la indolencia, la deshonestidad, la prepotencia. Una voz fuerte que no tenga miedo al grito. Yo no soy paz. Pedir paz me parece blandengue, tímido, de bostezo. Sin embargo odio la guerra, cualquiera; es la razón de la sinrazón. Sostengo un Guerra a la guerra como un combatir a las ideas que sostienen que la guerra es necesaria, como una lucha sin tregua a los guerreristas.
Muerte a la guerra!