viernes, 29 de julio de 2011



La verdad que ya no entiendo. Sé que ser de izquierda ya no está de moda.
Fue aventada al rincón de los trebejos por una generación de
jóvenes educados en escuelas privadas, con cursos de "valores", "resolución de conflictos" y entrenados en modos políticamente correctos;
que no suelen alzar la voz, que tienden a hablarse de tú por tú con la clase en el poder, que no ven la raíz de los males que se viven
en la existencia de un sistema económico depredador capaz de cualquier cosa y donde los máximos exponentes son los empresarios (de todo tipo);
por el contrario firmemente creen que los sindicatos, partidos y políticos
deben desaparecer de la faz de la tierra.
Que sustentan la ideología de que no hay que tener ideología.
Que se llaman asimismo apolíticos sin darse cuenta que esa es una afirmación
de su postura política.

Como usufructuaria del sistema público de educación, desde la preprimaria hasta el posgrado, reivindico la importancia de una enseñanza laica, moderada o radicalmente irrespetuosa hacia lo establecido, hacia los bloques que "socialmente" nos señalan como inamovibles, con esperanzas de movilidad social sin los extremos de pretender llegar a la cúspide de los poderes civiles, económicos o religiosos, con escepticismo hacia los grandes logros personales como si los entornos no importaran.

Me veo ahora, en una casa que me protege y me da comodidad y me siento culpable de poder convalecer placenteramente en un cuarto con vista a mi balcón florido, con la sombra de una anacahuita en la ventana y los ladridos de mis perros al otro extremo del patio.

Me siento culpable de poder leer mis libros mientras saboreo una taza de té y mordisqueo una galleta de almendra. Y de saber que, si tengo hambre, pueda saciarla sin problema; si tengo calor puedo refrescarme con un baño a la mano; si tengo sueño cuento con una cama decorosa; si necesito compañía tomo el teléfono y realizo la llamada familiar o amigable necesaria.

¿Cuántos en mi ciudad son como yo? Muchos, pero sé que muchos más, no. Juany me viene ayudar una vez a la semana; ella carece de muchas cosas; ella entiende menos que yo el mundo: no sabe de derechas o izquierdas, ni de filósofos o poetas, ni de libros o escuelas. Ella sabe que su marido le grita y se enoja si no llega antes que él para darle de comer, sabe que su hija acaba de quedar embarazada pero dice que está bien pues ya se va a juntar con el muchacho, aunque ambos apenas tengan 16 años y no terminaron ni la primaria. Sabe que la violencia no les permite salir a partir de las 8 de la noche y que los vestidos de "floreao" (los soldados) suben y se llevan a muchos, a unos con razón y a otros quién sabe.

Cómo le explico que hay que cambiar el mundo si no cree que esto sea posible. Ella suele votar por quien le arregle el agua o le de láminas para su vivienda, como siempre ha sucedido. Me mira y me oye decirle que acepte lo que le ofrecen pero que a la hora de votar ella decida libremente, pero algo me dice
que no me hará caso.

Como en los monos de Patricio, las campañas son época de vacas gordas para los pobres pues reciben dádivas como en ninguno otro momento. Para todas las Juanys y sus familias, igual que para los jóvenes intelectuales que liderean cada vez más causas, la derecha o la izquierda les vale un cacahuate. Para los pobres es entendible ya que no hay experiencia de ningún tipo que avale algo diferente a lo que han vivido siempre. Para los jóvenes educados los coloca en un pseudo centro que apuntala el estado de cosas dándole bocanadas de aire puro y lavando de culpas a los responsables.

Y no, los responsables no somos todos. Algunos si acaso tendremos la culpa de no haber podido convencer a otros de lo podrido del sistema. Pero esa es una culpa bastante menor y entendible. Lo cierto es que milagros, no hacemos, pero por lucha no ha quedado. Otros, sin embargo sí son altamente responsables y deben señalarse con nombres, apellidos, puestos, funciones. Quienes nunca hemos robado o engañado ni evadido impuestos o cometido crímenes podemos señalar, criticar, enjuiciar, al sistema político económico y a sus beneficiarios. Y seguiremos tratando de lograr un cambio hacia otro sistema de justicia y equidad plena. Y eso, discúlpeneme, pero no puede ser enarbolado más que por la izquierda.