La muerte de don Samuel Ruiz nos dejó noqueados y hasta ahora no nos reponemos.
¿cómo podríamos?
Leímos todos los escritos que sobre él, su obra, su hacer y decir, se publicaron en los medios. Oímos a muchos hablar del obispo emérito. Bien, por supuesto,
¿quién se atrevería a hacerlo de otro modo?
Sin embargo, ver a miembros conspicuos de la derecha de este país,
condoliéndose de la muerte del tatic, nos provocó repulsión.
Sus palabras o gestos se convertían en sapos y culebras, en burla a la obra de ese ser magnífico en su sencillez que fue don Samuel,
sacerdote, guía y amigo de los pobres, y de entre ellos,
de los indígenas, que se dolían justamente de que las autoridades
se hubieran apropiado de su funeral, dejándoles a ellos, los verdaderos dolientes
como simples espectadores.
Lo último que hemos leído es que Calderón visitó la tumba de quien en vida no le mereció apoyo ¿cómo habría de valorar la labor de quien ejerció, supuestamente su misma fe pero a distancia de años luz de su práctica cristiana?
Y el día que visita Chiapas con ese motivo de falsa condolencia, pero que en realidad es sólo lo que él (o sus asesores) consideran políticamente correcto, resulta que unos feligreses le llaman ¡asesino!, término correcto para quien ha desatado una marea de sangre imparable, pero es excusa suficiente para que miembros del estado mayor presidencial agredan a los valientes y lúcidos mexicanos (y de paso a un extranjero, daño colateral argentino).
Ni lavándose la boca mil veces con agua que llaman bendita, podría estar en condiciones Calderón de mencionar a don Samuel sin caer en pecado. Digo para aquellos que creen en una religión casi del todo desprestigiada a excepción de y por esos hombres y mujeres que realmente son consecuentes con una doctrina que habla de estar del lado de los pobres y hacen de su vida un compromiso y una lucha constante y decidida en su nombre.
Que todos seamos como don Samuel para enfrentar a aquellos que son falsedad, hipocresía y perversidad, como Calderón y la caterva que domina al pueblo.
Ojalá no tardemos demasiado en levantar cabeza y descubrir que los arriba no pueden tener más fuerza que los de abajo, que somos muchos más.
¿cómo podríamos?
Leímos todos los escritos que sobre él, su obra, su hacer y decir, se publicaron en los medios. Oímos a muchos hablar del obispo emérito. Bien, por supuesto,
¿quién se atrevería a hacerlo de otro modo?
Sin embargo, ver a miembros conspicuos de la derecha de este país,
condoliéndose de la muerte del tatic, nos provocó repulsión.
Sus palabras o gestos se convertían en sapos y culebras, en burla a la obra de ese ser magnífico en su sencillez que fue don Samuel,
sacerdote, guía y amigo de los pobres, y de entre ellos,
de los indígenas, que se dolían justamente de que las autoridades
se hubieran apropiado de su funeral, dejándoles a ellos, los verdaderos dolientes
como simples espectadores.
Lo último que hemos leído es que Calderón visitó la tumba de quien en vida no le mereció apoyo ¿cómo habría de valorar la labor de quien ejerció, supuestamente su misma fe pero a distancia de años luz de su práctica cristiana?
Y el día que visita Chiapas con ese motivo de falsa condolencia, pero que en realidad es sólo lo que él (o sus asesores) consideran políticamente correcto, resulta que unos feligreses le llaman ¡asesino!, término correcto para quien ha desatado una marea de sangre imparable, pero es excusa suficiente para que miembros del estado mayor presidencial agredan a los valientes y lúcidos mexicanos (y de paso a un extranjero, daño colateral argentino).
Ni lavándose la boca mil veces con agua que llaman bendita, podría estar en condiciones Calderón de mencionar a don Samuel sin caer en pecado. Digo para aquellos que creen en una religión casi del todo desprestigiada a excepción de y por esos hombres y mujeres que realmente son consecuentes con una doctrina que habla de estar del lado de los pobres y hacen de su vida un compromiso y una lucha constante y decidida en su nombre.
Que todos seamos como don Samuel para enfrentar a aquellos que son falsedad, hipocresía y perversidad, como Calderón y la caterva que domina al pueblo.
Ojalá no tardemos demasiado en levantar cabeza y descubrir que los arriba no pueden tener más fuerza que los de abajo, que somos muchos más.