El enojo de la Tierra
Nuestro bello planeta convulsiona respondiendo con muerte intempestuosa a la muerte gradual que le hemos ido recetando con contaminaciones diversas a sus profundas aguas, a su atmósfera de vida y su suelo mancillado por la industris de todo tipo; amén de la deforestación que es como si le cortáramos los brazos y manos que nos dan sombra al tiempo que regeneran el aire que viciamos a diario, a la desecación de plateadas vías de frescor que se han apagado por el pie, la mano y el cerebro humano que anteponen el vicio a la virtud, que prefieren el dinero a la salud y la vida.
Ahora es Japón quien sufre el devastamiento producido por un mar que enfurece y reclama; casi inmediato es cimbrado por la testarudez y soberbia del hombre que cree dominar a la naturaleza y ésta le cobra el golpe y la ofensa: lo nuclear no es juego
La potencia inconmesurable contenida en la dimensión infinitesimal del átomo ha sido manejada por la humanidad con la excusa de servir a la humanidad. Pero si el hombre es falible la naturaleza es exacta. Prodigiosa y matemáticamente precisa. El cerebro humano pretende pero es aún incapaz de descifrar sus fórmulas, el precio que se paga es alto.
¿Cuántas párticulas están ya en la atmósfera otrora sanamente respirable? ¿Cuántas en los océanos alimentando con la muerte a sus habitantes? ¿Cuántas en los cuerpos de quienes más cerca o más lejos viven y trabajan en aquella nación con la experiencia más negra proveniente de la energía atómica?
Abrir la puerta a la fusión-fisón nuclear es desencadenar procesos que no concluyen nunca, al menos no en los términos de la vida de los hombres; es dejar en pie peligros mortales para las generaciones venideras quizá con la esperanza que ellas aprendan y sepan mejor que ahora conducir el desarrollo de esta fuente de energía.
Pobre la población de Japón que está siendo ahora mismo invadida por la invisible mano de la radiación. Las consecuencias en mutaciones del ADN de los seres vivos es imprevisible e irremediable. La dignidad, honorabilidad, valores tradicionales se vieron rebasados por el interés más moderno de la ganancia y la competitividad. No fue necesario enemigo externo, sus propios empresarios son sus verdugos.
Pobre de la humanidad toda, que de esto, a todos nos toca.
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