No sólo son 35 mil víctimas de muerte violenta, sino que la violencia ejercida y demostrada es extrema, más allá de todo pronóstico, más allá de la imaginación más desatada.
Se ha superado el horror imaginable de cualquier pesadilla, Dante no encontraría en los círculos del infierno escenas más grotescas, sufrimientos más terribles.
Cómo habrán de vivir quienes han perdido a un ser querido cuando éste ha desaparecido y luego encontrado envuelto en bolsas de plástico, en pedazos; o la cabeza en una hielera un día y el resto nunca recuperado. ¿Cómo puede sanar un dolor así, una pérdida así?
¿Cómo pueden Calderón y el gobierno de Estados Unidos aseverar que la guerra, perdón, no es guerra, es lucha, va dando resultados? Haber enlutado a 35 mil hogares de mexicanos es avanzar? Y no nos escudemos o excusemos en que eran delincuentes, lo cual no se probará, porque, como dice el general jefe de policía de Torreón, para qué interrogarlos hay que matarlos. Exterminarlos porque son la escoria sin asumir que esa masa de muertos presuntamente delincuentes no fueron resultado de generación espontánea.
¿Cómo se puede vivir en un país así? La mitad de la población se regocija de la muerte violenta ("merecida") de decenas de miles de pobres ; si acaso se conduele o reacciona ante el asesinato, por equivocación y por excepción, de algún encumbrado, o más o menos.
Ante esto, un amigo opta por irse del país, otro más ha decidido ya bloquear ojos y oídos ante esta vorágine de sangre. Una misma ya no sabe si desear que los hijos y nietos lejanos regresen o permanezcan a salvo donde están. Qué solos estamos. Cada uno recluido en la seguridad de su hogar, aislado, apesadumbrado, ensombrecido. Malditos sean quienes nos han llevado a este estado de cosas. 35 Mil veces malditos, y contando...
E.
J.
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