martes, 11 de mayo de 2010

10 de mayo 2010


Leo en un sitio confiable y confirmo mi error, por lo que ahora lo corrijo. Teresa González no estaba embarazada cuando la condenaron de haber secuestrado al AFI según escribí en la nota anterior. El resto es cierto.



En lo que toca al 10 de mayo, habemos muchas que no creemos en esto del día de las madres, que deploramos la situación de desamparo que se encuentra la mujer en general y más las pobres que son madres en este sistema de injusticia social. Sin embargo Ser Mujer no es garantía de valía excepcional. Los hombres y las mujeres valen por lo que hacen, por su pensamiento y acción congruentes en esta tarea de cambiar al mundo. Hay mujeres que pueden festejar y otras que sufren ese día igual que el resto de su vida. Hay mujeres aguerridas, luchonas, con valor para dar y prestar. Hay las abnegadas y sumisas, resignadas ante el papel que les asigna la sociedad y que de esa manera reproducen los vicios de ésta. Esperando que cada vez las resignadas sean menos y las luchadoras más, reconocemos, admiramos y seguimos el ejemplo de tantas heroínas actuales que además gozan su situación de madres forjadoras de un nuevo y más promisorio porvenir. Para ellas, un abrazo; para las otras ¡ya despierten!

Sin embargo, y sin detrimento de lo anterior comparto la experiencia de otras madres que son privilegiadas pero también comprometidas en ese intento de construir nuevas sociedades:


Voy y vengo. Mis perros y mis plantas me extrañan y viceversa. Cuando llego se alegran y me alegran, pero esta vez fui a cumplir un destino mayor. Se podría decir que sucumbí al embrujo de la fecha; no por la mercadotecnia ni por convencimiento de que era “mi día”, sino por la impostergable premura de compartir la compañía y el disfrute de un día con mis hijas. Cierto que esto no es privativo del 10 de mayo, cada vez que puedo me escapo y gozo de sus presencias, entornos, experiencias, y me duelen sus problemas o cansancios; me congratulo de los obstáculos que las hacen crecer y de las dudas que aprenden a resolver; me río mucho con ellas, surgen recuerdos que ellas, memoriosas, insisten en traer a mi floja memoria y recreamos un ambiente plácido de complicidad amorosa. Eso me fortalece y me ayuda a la sobrevivencia emocional hasta el próximo encuentro.

Sin más regalos que la comida en conjunto me solazo en la plática, la voz, la risa, y hasta en el desencuentro fugaz de una con otra, enojos volátiles que vienen sin razón y se van por la causa del cariño. Soy tan feliz que me da miedo. Entiendo que no todas las mujeres viven una maternidad tan gozosa como la mía. Soy un ser privilegiado por la vida, lo que me obliga a un compromiso con mi tiempo, mis congéneres menos afortunadas y con los hombres y mujeres que igual que yo intentan construir un entorno distinto. Como canta Silvio Rodríguez, "quiero que en este día los muertos me perdonen por mi felicidad".

Me comprometo a cambio luchar por que no haya injusticias, por erradicar la pobreza y sus secuelas, por cambiar este mundo en uno mejor. Uno mi lucha a las de otras que sufren acoso, que físicamente han perdido a sus hijos, que han sido víctimas de esta "guerra" desatada por el gobierno federal mexicano, que padecen los embates criminales de un estado que pega a los trabajadores y lastima aún más a los pobres. Hago mías todas las luchas de los desprotegidos y perseguidos. Me sumo a ese gran intento que deberá aglutinar a los desposeídos en una lucha común.

Mi felicidad me obliga y yo respondo.

H







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